jueves, 6 de noviembre de 2008

La lengua que hundió a McCain

Por Eduardo Parra.- Probablemente habrán visto ya la oportuna fotografía del candidato republicano a la Casa Blanca que últimamente circula por Internet. El caso es que una simple imagen puede ser clave para la elección del "líder del mundo" y demuestra que no hay nada mejor que tratar de ponerle puertas al campo para que las briznas de hierba te crezcan mas allá de la valla.

En el caso de la famosa foto de John McCain, obra del fotógrafo de Reuters Jim Bourg, Internet ha multiplicado su efecto convirtiendo una anécdota en una instantánea que podría ilustrar la historia de estas elecciones estadounidenses. Una imagen que podría haber pasado como una más y que se ha convertido en herramienta de burla hacia este veterano héroe de guerra.

El control de la imagen siempre ha sido una obsesión para los equipos de asesoramiento de todos los personajes públicos, pero desde que Internet se consolidó como un instrumento de comunicación global esta obsesión se ha transformado en enfermedad.

© Jim Bourg, Reuters
© Jim Bourg, Reuters

En su afán por que los personajes públicos sean inalcanzables, los recubren de una manta de perfección tan fácil de rasgar que la única forma de protegerlos es evitando su exposición a ojos de la multitud, como la vajilla buena que nunca usamos para que no se nos rompa.

No hay que googlear mucho para encontrarse algunas fotos de las que hoy sus protagonistas preferirían no saber nada, desde el Mariano Rajoy fumador de puros en 1998 hasta la más moderna indiscreción real del viento -imagen profusamente censurada en España, por cierto- para con la Princesa de Asturias.


Un McCain sacando la
lengua es explotado hasta el infinito,
convirtiendo lo que era un guiño en
un motivo de mofa

La única diferencia entre ellas es que la primera fue totalmente consentida, mientras que la segunda fue del todo inesperada. Hoy día, las dos son igualmente repudiadas. Y es precisamente esa variable de lo inesperado lo que hace que el control de la imagen sea tan férreo como contraproducente.

Los profesionales del fotoperiodismo estamos hartos de que nos digan qué tenemos que hacer, cuándo lo tenemos que hacer y desde dónde y cómo. Están tan pendientes de que captemos algo incómodo que encorsetan nuestro trabajo en ocasiones hasta límites ridículos. No es raro, pues, que cuando nos encontramos con una foto diferente, curiosa o graciosa nos lancemos como locos a por ella.

En la misma línea, un McCain sacando la lengua es explotado hasta el infinito, convirtiendo lo que podría haber sido un guiño más en un motivo de mofa.


La solución es matar al
mensajero: limitar los movimientos
de los fotógrafos y cercenar el derecho
a la libre información

¿Se sorprendería alguien de una fotografía así de, por ejemplo, Andreu Buenafuente? No, claro que no, pero de la clase política… ésa que tiene que ser seria -léase aburrida- y además parecerlo, sí.

¿Por qué cuesta tanto ver una foto de Rajoy montando en bici o de Zapatero jugando al baloncesto? Porque la información es poder y quien controla esa información es poderoso. Y como los fotógrafos somos así de puñeteros haciendo nuestro trabajo, la solución es matar al mensajero; limitar nuestros movimientos y cercenar el derecho a la libre información.

Lo triste es que en España salga un jefe de la oposición en la cadena pública diciendo que la culpa del famoso "coñazo" es de los cámaras por grabar el sonido y que el ínclito Urbaneja -presidente de la Asociación de la Prensa- no diga esta boca es mía.


Los asesores de imagen no
terminan de percatarse de que los
periodistas somos el menor de
sus problemas

Los poderosos, o mejor dicho, sus asesores de imagen, no terminan de percatarse de que los periodistas somos el menor de sus problemas.

Se empeñan en controlarnos sin darse cuenta de que ahí fuera está lleno de fotógrafos en potencia, ciudadanos armados con móviles y cámaras compactas perfectamente dispuestos a sacar el lado menos agraciado de sus "protegidos" en mítines, baños de multitudes y actos con lo que ellos llaman "la gente de la calle".